martes, 12 de octubre de 2010

MAHOMA Y LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD



El día que tiemblen la tierra y las montañas, y se conviertan las montañas en montones dispersos de arena...
Si no creéis, ¿cómo vais a libraros de un día que hará encanecer a los niños?


En el año 1978 un tal Michael H. Hart, astrofísico, judío y americano, un tipo bastante peculiar por sus tesis racialistas en EEUU (aboga por dividir el país en tres estados, uno blanco, uno negro y uno multirracial), dio su particular pelotazo al publicar un libro en que ponía a Mahoma como el primero de una lista sobre los 100 personajes más influyentes de la historia.

En Occidente no sentimos que le debamos nada a Mahoma, ni como figura religiosa y espiritual, ni como legislador y hombre de Estado, ni desde luego como científico, pensador o artista.

Sin embargo, para más de mil millones de personas en el mundo, desde Marruecos hasta Indonesia, Mahoma es el number one y nadie se le acerca, tanto como líder secular como líder religioso (si es que para los musulmanes importó alguna vez tal distinción).

Jesús realmente empezó con poco pero acabó con nada. Y le costó al cristianismo avanzar, y fueron sus seguidores, y el Imperio acabó catapultando aquello que empezó reprimiendo. Pero es que Mahoma en vida, de cómo empezó a cómo terminó es un salto cualitativo sin comparación, y cuya obra continuó como un torrente tras su muerte. El mundo musulmán, hoy en pleno renacer y florecimiento, ha perdido muy poco territorio en toda su historia, se pueden contar con los dedos de una mano los lugares de donde se les ha echado.

Hablamos de alguien que no nació príncipe, era huérfano, ni en un gran imperio del que tomar las riendas, estamos hablando de alguien que al principio solamente le creía su mujer, durante tres años, y hoy su figura representa para más de mil millones de personas un modelo, una autoridad única e incontestable a todos los grandes niveles (moral, fe, justicia, filosofía, razón, política, diplomacia, sociedad, familia, amistad, guerra) sin equivalente en toda la historia de Occidente.

Claro que, bien mirado, fue tan solo un mensajero e intermediario de la voluntad de Dios todopoderoso, y eso le quita casi todo el mérito.

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